Vamos de paseo en un auto feo

Decidir que algo es feo de manera habitual despierta polémicas porque se pueden herir sentimientos y despertarse fanatismos, quizás sea un poco exagerado este comienzo, pero no es menos cierto que para gustos los colores.
hace 3 años
Vamos de paseo en un auto feo

Las discusiones más acaloradas respecto a qué es lindo y qué no lo es se emparenta de manera directa con todo lo referente al mundo del automovilismo donde los mínimos detalles cuentan a la hora de ganar una discusión en la que no hay un reglamento y donde todo puede convertirse en un factor que incline la balanza.

Si se realiza un listado de autos feos resultará sorprendente las bellezas y los autos emblemáticos que se ven rankeados. La responsabilidad recae en quien confecciona las listas, quienes votan, la época en que el automóvil se larga al mercado y también el tiempo en el que se plantea la discusión, la sociedad en la que se desea incursionar, la competencia, entra otras variables que hacen de esto algo cambiante y subjetivo. Sin embargo, hay veces en los que las salvedades parecen hacer causa común arriándose todas las banderas para declarar a un ganador, o por lo menos a alguien que se lleva casi todos los premios de fealdad.

Uno de esos ejemplos que de tan feo se vuelve hermoso, sin dudas, es el CitiCar al que los más benévolos lo han comparado con un autito de parque de diversión cuando no de una sugestiva porción de queso.

Crisis del petróleo, una oportunidad

Corre el año 1973 y Estados Unidos se ve envuelto una vez más en una situación que los expertos llaman crisis, en esta oportunidad la del petróleo. La crisis del petróleo es la resultante de la decisión de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo de no exportar el oro negro a los países que apoyaron a Israel en la conocida como guerra de Yom Kipur.

Entre las naciones sancionadas por dicha medida estaba Norteamérica que vio su economía trastocada por lo esencial de dicho producto en sus industrias y vida cotidiana. El embargo como tal duraría solo unos meses que fueron complicados para los países afectados, pero sería también esa oportunidad que debe presentarse a tiempo para tomar el coraje de intentar dar un paso hacia adelante.

Ese paso no sería dado si no hubiese personas que ven la oportunidad en un contexto donde otros solo ven crisis y desasosiego. En medio de la crisis del petróleo esa persona visionaria fue Bob Beaumont, a quien la prensa recordó como un proyecto más moderno de Henry Ford.

Una visión entre surtidores

Sebring-Vanguard, nació en el año 1974, fue la compañía de Bob Beaumont quien era propietario de una concesionaria Chrysler al norte de Nueva York, pero que un día estando en una estación de servicio tuvo una visión que lo llevó a entender todo (o por lo menos por dónde vendría el futuro). Beaumont vendió la concesionaria y se mudó a Sebring convencido que los automóviles a gasolina estaban pasando una situación complicada que requería un cambio urgente y de largo plazo.

La idea de este ex combatiente fue crear un automóvil liviano, que permitiera a las personas moverse cómodamente por la ciudad en distancias que no requerían de grandes prestaciones, pero que además pudiera mirar de manera resolutiva a un caos de tránsito y estacionamiento cada vez más marcado. Este vehículo además debía ser eléctrico para de esta manera causar el menor daño posible al ambiente.

El resultado fue CitiCar, un auto con autonomía para andar hasta 64 kilómetros de acuerdo a la carga de sus baterías que luego requerían de 8 horas de recarga para estar completas. El CitiCar debe la inspiración a los carros de golf, pero cuál es más bello ya depende de cada lector.

Más rápido que el correcaminos

A menudo la belleza o su ausencia resulta un tema menos importante si el vehículo la suple con otras cualidades como precio, relación consumo por kilómetro, cantidad de pasajeros o incluso su velocidad máxima. En casi todos estos conceptos el CitiCar vuelve a demostrar que era un auto feo.

La velocidad máxima del CitiCar era de 40 kilómetros por hora por lo que podía correr interesantes carreras, por ejemplo, contra el elefante africano que, con una media de 4 toneladas, tiene un ritmo normal menor a los 10 Km/h pero que, sin embargo, en situación de enojo o peligro, puede superar los 40.

Cuando al CitiCar se le incorporaron 8 baterías llegando así a su máximo, era capaz de alcanzar una velocidad máxima de 72 kilómetros que le permitiría competir palmo a palmo con un águila calva o una liebre común dejando rezagados a animales asociados con la velocidad y libertad como el caballo o el correcaminos.

Recordemos, para ser justos, que la velocidad no era uno de los objetivos de la Sebring-Vanguard de Bob Beaumont.

Ni la mejor defensa

El CitiCar, pensado para dar movilidad y confort en tramos cortos por la ciudad y que solo disponía de radio como único lujo, no contaba con aire acondicionado lo cual hacía poco agradable la experiencia al utilizarlo en condiciones de mucho calor o frío (y esto siempre depende del gusto del comensal).

Este fue, quizás, el punto más criticado por quienes pensaban dos veces si hacer la inversión o no, ganando la negativa por sobre el cuidado del medio ambiente y el potencial ahorro que se podría hacer en combustible.

Para el año 1975, solo un año después de su lanzamiento, la Sebring-Vanguard solo había vendido poco más de dos mil unidades de este triángulo con cuatro ruedas cuando Consumer Reports, fuente libre y objetiva de opiniones sobre productos y servicios, calificó al Citicar como no aceptable por un desperfecto en sus frenos haciendo de su conducción un acto arriesgado.

La opinión de esta organización fundada en el año 1936 fue más fuerte que todas las defensas entabladas por Beaumont. Para el año 1977 la crisis del petróleo estaba resuelta y la suerte de la empresa echada, en el año 1978 Sebring-Vanguard debió vender sus activos para saldar deudas.

Segundas partes nunca fueron buenas

En el año 1979 el CitiCar renacería como el ave Fénix luego que Commuter Vehicles comprara los planos de este auto feo. Empresa nueva nombre nuevo, su nueva denominación fue Comuta-Car.

Las expectativas fueron enormes con el Comuta-Car si hasta se le hizo una serie de innovaciones que dieron paso al Comuta-Van que era un intento por llevar este vehículo a una versión más confortable, pero no por eso más bonita. Todo terminó en el año 1982 cuando se comprendió por fin que estos no eran del agrado de los automovilistas.

Bob Beaumont no fue el precursor de los autos eléctricos, pero si uno de los encargados de poner las piedras fundacionales sobre las cuales, luego. otros pudieron hacer sus experiencias e inclusive dar sus opiniones. Beaumont falleció antes de ver el momento floreciente que empiezan a atravesar los vehículos eléctricos, no caben dudas que para estar a la vanguardia no alcanza solamente con tener una visión y ni qué decir si el auto que se diseña queda en la zona inamovible de los autos feos.